Empezamos la clase recibiendo un folio que tenía por título "Competencias y actitudes filosóficas". En el se explicaba las tres competencias principales en las que se basa la práctica de la filosofía (profundizar, problematizar, conceptualizar) y las aptitudes cognitivas y existenciales que hay que llevar a cabo para que se haga posible la práctica de la filosofía (sosegarse, la ignorancia adquirida, la autenticidad, empatía y simpatía, confrontación, asombro y por último confianza). Estaba siendo la típica clase teórica, algo que por alguna razón se está repitiendo con más frecuencia últimamente, igual por algo comentado en entradas anteriores... Hasta que alguien saltó y se preguntó porque estaba pasando esto. Gracias a eso pasamos de la explicación teórica a un pequeño debate sobre el contrato propuesto por Merino, en el cual se detalla los comportamientos, actitudes y demás cosas que debemos seguir, así como los porcentajes en los que se debería evaluar la materia.
El jueves fue la continuación del debate del tramo final de la clase anterior, pero esta vez solo por el tema de sí la materia debería evaluarse con un 60% actividades y trabajos y un 40% el apartado de la participación, o si por el contrario igualarlo al 50%. Pienso que sería un eterno debate, puesto que seguramente por muchas horas que le dediquemos siempre quedaría alguien a disgusto y desfavorecido en su opinión, ya que como en todos los grupos formados por bastantes personas, es muy difícil que todos se pongan de acuerdo. A mi se me ocurren tres soluciones: la primera, seguir una vía dictatorial, es decir, el profesor manda y escoge lo que le parece más justo, o lo que prefiera él; vía que escogen la gran mayoría de profesores para evaluar. La segunda, por votación, escoger un camino democrático y que la opción que tenga más votos sean la elegida. Aunque en estas dos va a existir y persistir el mismo problema, siempre va a haber alguien a disgusto, algo de lo que carece la tercera opción, que cada uno escoja como quiere ser evaluado. A simple vista la tercera opción parece la más justa y adecuada, pero no sólo tiene ventajas, mediante este método se tardaría más en obtener la nota que merece cada alumno, puesto que habría que cambiar los porcentajes cada dos por tres, pero no sólo eso, sino que igual se podría dar el caso de que se viera injusto por parte de algunas personas ajenas al grupo, porque no se evaluaría a todos los alumnos por igual, es decir, siguiendo los mismos criterios. Al final de la clase, Merino nos propuso una actividad para comentar en el blog: ¿Cuales son mis expectativas académicas? En mi caso son bastante claras, el principal objetivo es sacar la mayor media posible en el bachillerato, puesto que es un porcentaje bastante alto en la nota final ponderada de la selectividad, lo siguiente sería formarme lo mejor posible para sacar una buena nota en los exámenes de selectividad, que sería el otro porcentaje que junto a la nota del bachillerato formaría la nota final. ¿Y porque intentar sacar buenas notas? Pues porque para acceder a lo que me gustaría estudiar, exigen una media bastante elevada.
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